Los principales rituales del imperio azteca se llevaban a cabo en el Templo Mayor. Este edificio, muy bien conservado hasta la actualidad, era el centro religioso y político de la antigua Tenochtitlán, la ciudad más importante del imperio azteca. Estaba dedicado a Huitzilopochtli, deidad de la guerra y el sol.
Especialmente en este lugar, los arqueólogos han encontrado abundante evidencia sobre la práctica de una enorme cantidad de sacrificios humanos. A fin de preservar la vida, los aztecas buscaban complacer a sus dioses. Creían que una forma de hacerlo era dándoles de comer.
Pero estas deidades no se conformaban con cualquier alimento. Requerían consumir la sangre de los humanos. Esto explica por qué los sacrificios eran tan habituales. Los elegidos para semejante carnicería eran prisioneros de guerra, los derrotados en el juego de pelota, niños que eran venerados como divinidades y, probablemente, algunas mujeres.
El apetito de los dioses era insaciable. Los aztecas llegaron hasta el extremo de ir a la guerra contra otros pueblos con el objetivo principal de capturar a la mayor cantidad de prisioneros para ofrecerlos en sacrificio. De hecho, solo en Tenochtitlán decenas de miles que corrieron esta suerte.
Las calaveras aztecas como ofrendas
Muchas víctimas eran decapitadas después del sacrificio. A continuación, las cabezas se cocían para poder arrancarles la piel con facilidad, dejando al descubierto los cráneos. Estos se colocaban en el tzompantli (hilera de cráneos, en español). Se trataba de un muro hecho de sillares de tezontle que se recubría con estuco. A esta pared se incrustaban gruesos maderos en posición vertical. Los maderos eran barrenados y atravesados, de arriba abajo, por delgadas varas. Los cráneos, a su vez, se perforaban por la zona parietal y se colocaban en las varas horizontales, uno a un lado del otro. Una mezcla de cal, arena y gravilla de tezontle los mantenía unidos entre sí.
El tzompantli era, en realidad, un altar para honrar a los dioses. Contrario a lo que pudiera pensarse, esta colección formaba parte de un culto a la vida. Los aztecas consideraban la muerte como un mero tránsito hacia una vida mejor en el mundo de los espíritus.
Algunos altares podían contener miles de cabezas. Aunque no hay datos precisos, se cree que el Gran Tzompantli del Templo Mayor, en Tenochtitlán, llegó a albergar más de cien mil cráneos. Por supuesto, además de su utilización como altar sagrado, esta exhibición de calaveras servía para atemorizar a los enemigos.
Antes de incrustar las calaveras en el Gran Tzompantli, se celebraba un ritual que las santificaba. Después, se colocaban mirando hacia el templo de Huitzilopochtli. Las ofrendas asegurarían la continuidad del astro solar, lo que impactaría positivamente en la naturaleza, la fertilidad y la agricultura.
Los aztecas creían que los guerreros fallecidos acompañaban a la deidad desde la salida del sol hasta el mediodía, cuando cedían su lugar a las mujeres muertas durante el parto. Ellas viajarían con Huitzilopochtli hasta el anochecer. Después, en el inframundo, los guerreros tendrían que luchar con las fuerzas de la oscuridad para que el sol volviera a salir un día más.
Calaveras artificiales: procedencia dudosa
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se produjeron algunos intrigantes descubrimientos. Se trataba de unas calaveras hechas de cristal y cuarzo. Con algo de suspicacia, se atribuyó su elaboración, principalmente, a los aztecas. Algunas tienen un diseño impecable y el tamaño de un cráneo humano real. Son estos objetos en particular los que han causado incredulidad entre arqueólogos e historiadores.
Lo que pone en entredicho la autenticidad de las piezas es que no hay pruebas de que los aztecas tuvieran los conocimientos y los instrumentos necesarios para realizar estas obras de arte. Para salvar este obstáculo, se han dado toda clase de argumentos, algunos muy extravagantes. Hay quienes aseguran que se trata de artefactos provenientes de la Atlántida o artículos de manufactura extraterrestre. Desde luego, estas ideas no tienen sustento científico. Menos apoyo tienen las afirmaciones de que los cráneos tienen poderes sobrenaturales.
Si los aztecas realmente elaboraron por lo menos algunos de estos cráneos, pudieron haber sido representaciones de sus dioses. De hecho, algunas de sus deidades tenían un aspecto parecido al de estas figuras. Por lo tanto, es probable que las utilizaran para invocarlos, como si se tratara de un ídolo.
En los años noventa del siglo pasado, se realizaron sendos análisis a dos calaveras, supuestamente precolombinas. Una se encuentra en el Museo Británico y otra está en posesión del Instituto Smithsoniano. Los estudios revelaron que las piezas habían sido talladas por instrumentos de joyero relativamente modernos, herramientas que los aztecas y cualquier otra civilización mesoamericana desconocían por completo. Queda claro que estas dos obras son falsificaciones. Esto siembra aún más dudas sobre la autenticidad de siquiera una de las calaveras.
Máscaras de calavera
Los calaveras les servían a los aztecas para algo más que una ofrenda. Hace tres décadas se descubrieron, en el Templo Mayor, ocho máscaras elaboradas a partir de cráneos humanos. Los arqueólogos supusieron por mucho tiempo que las máscaras se fabricaban con las cabezas de algunas víctimas de sacrificios humanos seleccionadas al azar.
Sin embargo, investigaciones recientes hechas por los expertos de la Universidad de Montana han arrojado más luz sobre este asunto. Se realizó un análisis comparativo de los cráneos intactos de 30 víctimas de sacrificios humanos, 127 calaveras de guerreros muertos en batalla y las ocho máscaras. La estructura y el aspecto de las piezas examinadas permitieron a los expertos precisar el sexo, el estado de salud, la edad y el lugar de origen de cada sujeto de estudio.
Se llegó a la conclusión de que las máscaras fueron elaboradas con los cráneos de hombres entre 30 y 45 años de edad. Cuando fallecieron, se encontraban en condiciones óptimas de salud, estaban bien alimentados y no presentaban ningún problema dental.
Los rasgos antes mencionados eran muy inusuales entre la población general de las civilizaciones prehispánicas. Si las máscaras se hubieron hecho con los cráneos de gente común, los resultados del examen hubieran sido muy diferentes.
Parece lógico concluir que las calaveras procedían de personas de origen noble. Esto explicaría por qué gozaban de mejor salud que el resto de las víctimas estudiadas. Por lo tanto, la explicación más factible, hasta este momento, es que los miembros de la realeza o guerreros de élite capturados en batalla no tenían el mismo destino que los demás. En lugar colocar sus calaveras completas en el tzompantli, se les sometía a un tratamiento especial.
También se pudo determinar, con un buen grado de certeza, la procedencia de los hombres convertidos en máscaras de calavera. Eran originarios del valle de Toluca, la costa del Golfo de México, el oeste de México y el Valle de México. Incluso se especula sobre la identidad de una de las máscaras. Se cree que podría tratarse del rey de Tollocan, mencionado en algunos registros históricos.
Los sacerdotes cortaban el cráneo para quitarle la parte posterior. Después, procedían a pintarlo, le colocaban incrustaciones en los ojos y le ponían una hoja de sílex en la nariz. Una vez que la máscara estaba terminada, llegaba el momento de fijarla en el tzompantli del templo, donde era reverenciada como objeto sagrado.
Las calaveras aztecas en el México actual
Es evidente que los aztecas sentían una irresistible fascinación por las calaveras. Sus macabras prácticas han dejado su huella en las celebraciones modernas del Día de Muertos. Por ejemplo, el pan de muerto suele tener forma de cráneo y las figuras de algunos huesos. Ciertos historiadores afirman que los conquistadores españoles promovieron su uso como una alternativa a los sacrificios humanos.
Otro elemento que parece ser un legado de los aztecas y de otras culturas prehispánicas, son las calaveritas. Se trata de un cráneo hecho con azúcar, chocolate, grenetina o amaranto. Es parte indispensable del altar de muertos. Para muchos expertos, es inevitable pensar en el tzompantli cuando ven estos dulces dispuestos en fila.
En los desfiles que se organizan con motivo del Día de Muertos, las personas se disfrazan de forma alusiva a la celebración. Llama la atención que algunos participantes portan máscaras e indumentarias que les hacen parecer “calaveras aztecas”.
Queda claro que hasta las costumbres más escalofriantes pueden ser asimiladas por el folclore de un pueblo.